Los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades son portadores de un extraordinario dinamismo misionero, de un precioso potencial evangelizador que tan urgentemente necesita la Iglesia de hoy. Con ocasión del primer encuentro de los movimientos y las nuevas comunidades en el año 1998, el beato Juan Pablo II decía: «En nuestro mundo, frecuentemente dominado por una cultura secularizada que fomenta y propone modelos de vida sin Dios, la fe de muchos es puesta a dura prueba y no pocas veces sofocada y apagada. Se siente, entonces, con urgencia la necesidad de un anuncio fuerte y de una sólida y profunda formación cristiana. ¡Cuánta necesidad existe hoy de personalidades cristianas maduras, conscientes de su identidad bautismal, de su vocación y misión en la Iglesia y en el mundo! ¡Cuánta necesidad de comunidades cristianas vivas! Y aquí entran los movimientos y las nuevas comunidades eclesiales…». Nos damos cuenta de que el Papa nombraba entre las prioridades de la evangelización un anuncio fuerte. Sin duda se trata de un ámbito en el cual los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades traen frutos espléndidos en la vida de la Iglesia, convirtiéndose para millones de cristianos en verdaderos “laboratorios de la fe”, verdaderas escuelas de vida cristiana, de santidad y misión.
Entre las características del compromiso misionero de estas nuevas realidades asociativas hay que señalar su indiscutible capacidad de despertar en los laicos el entusiasmo apostólico y la audacia misionera. Son capaces de librar el potencial espiritual de las personas. Ayudan a superar las barreras de la timidez, del miedo y de falsos complejos de inferioridad que la cultura laicista está sembrando en muchos cristianos. El anhelo de “hacer discípulos” de Jesucristo, que sepan enardecer a los movimientos, empuja a personas, matrimonios y familias enteras a dejar todo detrás de sí para ir a la misión. Sin dejar de dar el testimonio personal, los movimientos y las nuevas comunidades aspiran a un anuncio directo del acontecimiento cristiano, volviendo a descubrir el valor del kerigma como un método de catequesis y predicación. De este modo acuden a una de las necesidades más apremiantes de la Iglesia de nuestros tiempos, es decir la catequesis para adultos, entendida como una verdadera y auténtica iniciación cristiana que les revele todo el valor y la belleza de sacramento del Bautismo.
Uno de los mayores obstáculos en la obra de la evangelización ha sido desde siempre la rutina, la costumbre que le quita al anuncio y al testimonio cristiano la frescura y fuerza persuasiva. Los movimientos rompen los esquemas habituales del apostolado, reflexionan sobre formas y métodos, proponiéndolos en un modo nuevo. Se encaminan con naturalidad y valentía hacia las difíciles fronteras de los modernos areópagos de la cultura, de los medios de comunicación de masa, la economía y la política. Dedican una especial atención a los que sufren, a los pobres y marginados. No esperan a que los que están lejos de la fe vuelvan por su cuenta a la Iglesia, sino que van a buscarlos. Para anunciar a Cristo no vacilan en andar por las calles y plazas de las ciudades, a entrar en los supermercados, bancos, escuelas y universidades – van a todas partes donde vive el hombre. El celo misionero lo empuja a ir “hasta los confines de la tierra”… Van por el mundo demostrando que los carismas, que los han generado, pueden alimentar la vida cristiana de hombres y mujeres por todo lo largo y ancho del mundo, de toda cultura y tradición. Es sorprendente ver cómo el Espíritu Santo suscita en la Iglesia de nuestros días la fantasía misionera mediante estos nuevos carismas. Los movimientos y las nuevas comunidades se convierten para tantos laicos en verdaderas y auténticas escuelas de misión.