Estupor y esperanza: Conclusiones de S.Em. Card. Rylko

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Este Seminario de estudio «Dios confía el ser humano a la mujer» (cfr. MD, 30), promovido por el Pontificio Consejo para los Laicos en ocasión del vigésimo quinto aniversario de la Carta apostólica Mulieris dignitatem, ha sido un enorme don para todos nosotros. Los frutos de estos dos días de reflexión son mayores de lo que hubiéramos podido imaginar. Hemos percibido una presencia particular del Señor en medio de nosotros. 

Creo que este evento ha sido ante todo un Seminario de estupor, desde diversos puntos de vista. Estupor ante todo porque nos hemos encontrado ante la grandeza y la belleza del designio de Dios presente en el acto de la creación del ser humano, varón y mujer. El designio de Dios Creador sobre el hombre y sobre la mujer debe ser redescubierto continuamente en cada estación de la existencia, pues la diferencia entre ser varón y ser mujer cuando somos jóvenes es diversa de cómo la vivimos en edad adulta o cuando ya somos ancianos… El hombre es una realidad que siempre hay que redescubrir, una realidad que está ante nosotros y que debemos continuamente alcanzar. No podemos poseer de una vez y para siempre la verdad sobre el hombre, sino que en cada etapa de la vida debemos tender a ella. 

Creo además que este Seminario de estudio ha sido un verdadero laboratorio de esperanza. Vivimos en un mundo que a menudo nos aplasta como cristianos con mensajes decididamente contrarios a los que hemos escuchado en estos días. A veces llegamos a creer que las varias corrientes antropológicas de la postmodernidad son la palabra última y decisiva de la historia. Y cuando nosotros los cristianos prestamos nuestros oídos a este tipo de mensajes corremos el gran peligro de ceder a la desconfianza, y aún peor cuando asumimos tales mensajes como nuestros y nos comportamos en consecuencia. 

En estos días hemos hablado de un cierto retardo con el que la Iglesia habría afrontado la cuestión de la dignidad de la mujer, de su vocación y misión. Pero en tal contexto me parece importante recordar que, durante el Gran Jubileo, uno de los mea culpa más importantes pronunciados por el beato Juan Pablo II era justamente la culpa de los cristianos que – paradójicamente – aún siendo depositarios de un mensaje grande y estupendo, no hemos sabido leerlo y transmitirlo de manera adecuada y tempestiva. A menudo no alzamos nuestra voz en el tiempo debido… Esta fragilidad nuestra debe hacernos humildes pero – cuidado – humildad no significa rendirse ante los desafíos que la sociedad moderna y el mundo actual nos plantean. 

Hay además otro riesgo para nosotros los cristianos, y es el de seguir de manera acrítica los diktat propuestos por la cultura dominante. Una vez en Alemania, el arzobispo de Colonia, Mons. Josef Höffner, dijo en una homilía que lo que más daña a la Iglesia es una actitud de “wir auche”, es decir, “también nosotros”. Se trata de la actitud que asumimos los cristianos cuando aceptamos de manera acrítica las afirmaciones que nos propone la cultura hodierna perdiendo así la audacia de ser lo que somos. Nos convertimos en una suerte de mala copia de nosotros mismos, en lugar de ser testigos valientes de nuestra identidad cristiana. 

Creo que este es uno de los desafíos fundamentales que hoy los cristianos estamos llamados a afrontar: ser profundamente discípulos de Cristo, ser hombres y  mujeres fieles al mensaje que Cristo nos ha dejado. Es aquí que se coloca la invitación insistente del Papa Francisco a ser cristianos que tienen la valentía de ir contra la corriente. Ésta es una de las tareas principales que cada uno de nosotros recibe al terminar este Seminario de estudio: no alinearse al coro de la postmodernidad, sino tener la valentía – repito – de ser auténticos cristianos. 

Este Seminario ha sido también un laboratorio de esperanza porque hemos podido conocer los varios proyectos e iniciativas a favor de las mujeres que tienen lugar en el mundo, proyectos e iniciativas que nos dan mucha esperanza. A menudo, sin embargo, corremos el riesgo de que tales actividades permanezcan aisladas, porque falta intercambio, comunicación. De ahí nuestra invitación a estrechar lazos, a permanecer en contacto entre nosotros, a aprender a trabajar en red y no como navegadores solitarios. Solo así es posible difundir la alta vocación y misión que Dios ha pensado para el hombre y para la mujer, hasta hacer llegar tal mensaje a nivel de los órganos legislativos de los estados. En estos días no hemos hablado de una hermosa utopía que luego debe dejarse en el cajón, hemos tenido la alegría de reflexionar sobre cosas esenciales para el ser humano, varón y mujer. Nuestra tarea entonces es hacernos heraldos proactivos y audaces de este mensaje, no solamente en las relaciones personales sino también en la vida pública. Sabemos que no es una tarea fácil. Hoy asistimos a una difusión cada vez mayor de un laicismo fuerte y combativo que quiere encerrar toda religión en el ámbito estrictamente privado. “Sé cristiano si quieres, pero no lo hagas ver en público” es cuando nos pide la cultura dominante. Pero si respondemos a este pedido nos hacemos cristianos invisibles, somos como la sal que pierde su sabor o como la luz escondida que no brilla. En cambio Jesús nos dice: «Vosotros sois la sal de la tierra /…/ Vosotros sois la luz del mundo» (cfr. Mt 5,13-16). La nueva evangelización – de la que tanto se habla hoy – es anunciar al mundo la belleza de ser cristianos, es transmitir a la humanidad de hoy la belleza del designio de Dios Creador sobre el hombre y sobre la mujer. ¡Esta es la evangelización!

Deseo de corazón que cada uno pueda regresar a casa después de este Seminario fortalecido en la esperanza. No caigamos en la trampa de sentirnos una minoría que cultiva complejos de inferioridad y casi pide perdón porque existe. Tenemos un mensaje de extraordinaria importancia que debemos transmitir al mundo y que no podemos tener escondido. El Papa Benedicto XVI ha dicho, refiriéndose a nosotros los cristianos, que somos realmente una minoría – y de hecho las estadísticas nos dicen que es así – pero una minoría creativa: «son las minorías creativas – explicaba el Papa – las que determinan el futuro y, en este sentido, la Iglesia católica debe comprenderse como minoría creativa que tiene una herencia de valores que no son algo del pasado, sino una realidad muy viva y actual» (Entrevista durante el vuelo hacia República Checa, 26 de septiembre de 2009). El Evangelio no es una pieza de museo, sino una realidad viva que hace nacer verdadera vida. 

Durante este Seminario pudimos escuchar también la conmovedora conversación sobre Dante y Beatriz que, con tanta competencia, nos ofreció el profesor Nembrini. Creo que se trató de un momento verdaderamente especial, que suscitó en todos nosotros un gran estupor y que ayudó a profundizar nuestra reflexión. La cuestión de la vocación y de la misión de la mujer, en efecto, no es solo una cuestión antropológica, ni sólo sociológica o teológica; es algo que abre al misterio de Dios… 

La semilla de la Palabra ha sido esparcida en estos días, pero los sembradores no han sido solamente los conferencistas, que dieron una contribución importante. El verdadero y principal sembrador ha sido el Señor Jesús, presente entre nosotros. Ahora es tarea nuestra custodiar esta semilla, evitar que las preocupaciones cotidianas la sofoquen, permitir que germine y dé frutos abundantes en el lugar en que estamos. Este es mi deseo para cada uno de vosotros. 

Concluimos este Seminario agradeciendo de corazón al Señor que estuvo presente y activo entre nosotros en estos días: Él nos ha guiado y conducido, Él ha inspirado nuestras reflexiones y Él ahora nos dona la fuerza y el valor para dar a conocer a otros su proyecto sobre el hombre y la mujer. Naturalmente un agradecimiento de corazón va a los conferencistas, los panelistas y a todos los que intervinieron, a los colaboradores del Pontificio Consejo para los Laicos y, en particular, a la Sección mujer del dicasterio. Pero un gracias sincero va a cada uno de vosotros, participantes en este Seminario que con vuestra presencia habéis enriquecido estos días. 

Ahora llegamos al momento culmen de este encuentro, es decir, la audiencia con el Papa Francisco. Nos predisponemos a acoger la palabra del Santo Padre, una palabra que es para nosotros luz clara y guía segura para nuestro camino. Un saludo para todos y ¡que el Señor acompañe vuestro camino! 


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