El Seminario de estudio «Dios confía el ser humano a la mujer» - apuntes para un primer balance

En estos primeros meses de su todavía breve pero ya intenso pontificado, el Papa Francisco ha intervenido repetidamente sobre el tema de la mujer, una cuestión que evidentemente está muy viva en su corazón. Por eso puede ser bueno recordar el encuentro que tuvo lugar los pasados 10 al 12 de octubre, que reunió a más de 100 mujeres provenientes de 24 países, de todos los continentes, en el Palazzo San Calisto en el Vaticano. Se trataba de un Seminario de estudio promovido por el Pontificio Consejo para los Laicos para conmemorar 25 años de la publicación de la Carta apostólica del Beato Juan Pablo II, Mulieris dignitatem. 

Como se sabe, la Mulieris dignitatem marcó época en la reflexión eclesial sobre la dignidad y vocación de la mujer; se trataba del primer documento pontificio enteramente dedicado al tema, publicado poco después del Sínodo sobre la vocación y misión de los laicos, en el cual la cuestión de la mujer en la Iglesia había sido ampliamente discutida. Por eso, para comprender plenamente el valor de la Carta apostólica Mulieris dignitatem es necesario leerla junto a la Exhortación post-sinodal Christifideles laici, publicada poco tiempo después: si el primer documento presenta una reflexión sobre los fundamentos teológicos y antropológicos de la dignidad y vocación de la mujer, el segundo se concentra sobre el rol de los fieles laicos en la Iglesia, tocando también el rol de la mujer y presentando algunos auspicios que suenan hoy actualísimos: «Es del todo necesario pasar del reconocimiento teórico de la presencia activa y responsable de la mujer en la Iglesia a la realización práctica» (ChL, 51).

Veinticinco años después, muchas cosas han cambiado en el mundo y en la Iglesia. La grave crisis antropológica que se va agudizando alrededor nuestro está íntimamente conectada con los rápidos y profundos cambios sociales de las últimas décadas del siglo XX y con una decreciente incidencia cultural de la fe cristiana. La reflexión del Seminario podría ser resumida así: ¿Cuál aporte a la solución de la actual crisis antropológica podrá resultar de una renovada conciencia de la mujer en cuanto custodia particular de lo humano? ¿Qué balance podemos hacer, entre luces y sombras,  de los cambios culturales de las últimas décadas, incluyendo por ejemplo la revolución sexual? Y ¿cuáles son, a la luz de estos análisis, las vías más eficaces para la nueva evangelización?

Las jornadas de reflexión y diálogo resultaron ser intensas y ricas para los participantes, principalmente mujeres, muchas en representación de diversas realidades eclesiales, casi cuarenta asociaciones y movimientos o colaboradoras de la “Sección mujer” del Pontificio Consejo para los Laicos. Si bien no faltaron los aportes decisivos de los hombres en la discusión, las protagonistas fueron las mujeres:  mujeres con una vasta y probada experiencia humana y profesional,  profesoras universitarias, artistas, periodistas, diplomáticas y responsables a varios niveles en organismos eclesiales. Es interesante notar como rápidamente se creó un espíritu positivo de colaboración y una sustancial convergencia ante los desafíos del mundo de hoy, incluso en medio de tanta variedad de culturas y de experiencias. La reflexión común se desarrolló sobre todo acerca de la necesidad de que la Iglesia responsa con cada vez mayor valentía a la crisis antropológica y en particular a la oportunidad que ofrecen los extraordinarios recursos de preparación y de celo por el bien de la humanidad presentes en las mujeres y la necesidad de que éstos se coordinen en una red de colaboración capaz de acciones comunes, superando las iniciativas fragmentarias. En realidad, nuestra época, aún con sus dificultades, puede contar con la presencia activa de las mujeres en tantos sectores de la vida cultural y social, justamente en una situación en la que la misión de la Iglesia tiene cada vez más necesidad de su experiencia, competencia y profesionalidad. Se resaltó en efecto como precisamente a partir de esta renovada auto-conciencia del rol de la mujer podemos esperar un camino de salida para la difícil crisis actual, según las líneas trazadas ya hace veinticinco años por la Mulieris dignitatem. Además, las participantes en el Seminario pudieron reafirmar como comprenden la propia identidad femenina ante todo como discípulas del Señor e hijas de la Iglesia. Es a la luz de Cristo Señor, en el seno de la Madre Iglesia, que estas mujeres han comprendido plenamente su dignidad y vocación. Las presentes se reconocían deudoras de la Mulieris dignitatem, que fue fundamental en el camino para encontrar la propia vocación eclesial. Esta conciencia pudo permitir que los trabajos evitaran tentaciones de aproximaciones ideológicas a la cuestión femenina, que son tan fuertes en el “pensamiento único” dominante, y tan ineficaces para promover el verdadero bien de la mujer y de la sociedad. Más bien, resaltó el compromiso a trabajar como hijas de la Iglesia, en diálogo y comunión con los hombres, por un enriquecimiento recíproco para que todo converja para bien de la comunidad cristiana y de la humanidad. 

El Papa Francisco, al recibir a los participantes en el Seminario animó a «ripartire [dalla MD] per quel lavoro di approfondimento e di promozione che già più volte ho avuto modo di auspicare» y animó a profundizar en el hecho de que la Iglesia «non è “il” Chiesa, è “la” Chiesa… è donna, è madre, e questo è bello»; palabras que parecen hacer eco a otras con las que el Cardenal Stanisław Ryłko, Presidente del Pontificio Consejo para los Laicos, resumía lo vivido en los días del Seminario; reconociendo que se había renovado en los presentes el «estupor ante la grandeza y la belleza del designio de Dios que nos creó varón y mujer», cuestión que no es solamente de antropología, ni de sociología, ni siquiera solo de teología en sentido técnico, sino que es un aspecto del misterio mismo de Dios que nos interpela a través de la creación y llamándonos a descubrir el sentido profundo de su amor.

Para los participantes en el Seminario quedó claro que si la diferencia sexual es la gran cuestión de nuestro tiempo – piénsese por ejemplo en la falsificación del lenguaje propia del gender –, a los discípulos de Cristo nos toca aproximarnos a ella evitando los lentes distorsionantes de las ideologías. La diferencia sexual, tal como ha sido querida por Dios desde la creación, y reconciliada y “hecho nueva” en Cristo, es una inmensa riqueza de la que debemos dar testimonio en el mundo de hoy. Esto, lejos de ser una propuesta intelectualista, abstracta o espiritualista, da una luz nueva que comporta necesariamente, si es auténtica, decisiones concretas, opciones de comunión y compromiso sin vanas contraposiciones, capacidad de diálogo y de valoración de los dones y aportes de todos, en una lógica de complementariedad del ser primero que del hacer, evitando la búsqueda del poder según categorías mundanas, sin dejarse capturar por una anti-lógica del victimismo o de la competencia, sino siguiendo las huellas de Jesús, que está entre nosotros como el que sirve, y de María, la Madre de la Iglesia. 


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