Religiosidad popular

En el Instrumentum laboris encontramos varias referencias a la religiosidad popular. En mi intervención tendré en cuenta ante todo el número 13 del documento donde se lee que en algunas regiones o naciones «todavía se conservan muy vivas las tradiciones de piedad y de religiosidad popular cristiana; pero este patrimonio moral y espiritual corre hoy el riesgo de ser desperdigado bajo el impacto de múltiples procesos, entre los que destacan la secularización y la difusión de las sectas. Sólo una nueva evangelización puede asegurar el crecimiento de una fe límpida y profunda, capaz de hacer de estas tradiciones una fuerza de auténtica libertad…». También el número 83 del documento subraya que «la Iglesia tiene necesidad de no perder el rostro de Iglesia “doméstica, popular”».

En este contexto vale la pena recordar lo que el Papa Pablo VI escribe sobre el tema en la Evangelii nuntiandi. El Papa presenta la religiosidad popular como una vía de evangelización y dice explícitamente que se trata de «un aspecto de la evangelización que no puede dejarnos insensibles» (n.48). Según Pablo VI «la religiosidad popular, hay que confesarlo, tiene ciertamente sus límites. […] Se queda frecuentemente a un nivel de manifestaciones culturales, sin llegar a una verdadera adhesión de fe. […] Pero cuando está bien orientada, sobre todo mediante una pedagogía de evangelización, contiene muchos valores. Refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer. Hace capaz de generosidad y sacrificio hasta el heroísmo, cuando se trata de manifestar la fe. Comporta un hondo sentido de los atributos profundos de Dios: la paternidad, la providencia, la presencia amorosa y constante. Engendra actitudes interiores que raramente pueden observarse en el mismo grado en quienes no poseen esa religiosidad: paciencia, sentido de la cruz en la vida cotidiana, desapego, aceptación de los demás, devoción.» (n.48)

El beato Juan Pablo II en su Magisterio ha dedicado particular atención al fenómeno de la religiosidad popular. Según el beato pontífice, la religiosidad popular no es otra cosa que «una fe arraigada profundamente en una cultura precisa, inmersa hasta las fibras del corazón y en las ideas, y sobre todo compartida de modo amplio por todo un pueblo que es entonces pueblo de Dios»1. El Santo Padre dice que la dimensión “popular” del cristianismo se origina en el Cenáculo de Pentecostés, cuando la Iglesia prorrumpió saliendo del pequeño círculo de los primeros discípulos. El carácter “popular” del cristianismo es, en su visión, esencial porque expresa la catolicidad de la Iglesia. La dimensión popular, presente desde los orígenes de la Iglesia – según el testimonio de los Hechos de los Apóstoles – constituye un don y un llamado al que deben prestar atención sobre todo los Pastores que tienen la tarea de la guía y el discernimiento. En el discurso citado, Juan Pablo II subraya con fuerza que «la Iglesia católica no puede ser reducida a un cenáculo, a una élite espiritual o apostólica»2. Por esta razón en la pastoral es necesario «evitar los falsos dilemas: o la élite o la masa – la calidad de los cristianos o la cantidad – una Iglesia orientada hacia lo interno o hacia lo externo»3. La historia del cristianismo nos enseña – decía el Papa – que las opciones exclusivas conducen siempre a una mutilación de la Iglesia. El beato Juan Pablo II nos indica, entonces, una importante regla pastoral que nos pone en guardia ante la tentación de opciones exclusivistas o unilaterales, es decir, las que son aut aut en lugar de las et et.

Considero que entre los varios proyectos concretos de nueva evangelización no podemos olvidar también este desafío importante que nos propone la religiosidad popular, aún fuertemente presente, por ejemplo, en América Latina, en África y en algunos países de Europa e incluso de Asia (Filipinas).

1 Giovanni Paolo II, Ai vescovi francesi in visita “ad limina”, in “Insegnamenti”, V, 3 (1982), p. 1320. (Traducción nuestra)

2 Ibidem, p. 1323.

3 Ibidem.

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