Pentecostés 1998: Juan Pablo II y los movimientos

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“Demos gracias al Señor por esta primavera de la Iglesia suscitada por la fuerza renovadora del Espíritu”, decía Juan Pablo II el 31 de mayo, refiriéndose al inolvidable encuentro del día anterior con más de doscientas mil personas pertenecientes a unos cincuenta Movimientos eclesiales y nuevas comunidades, llegados a Roma desde los cuatro rincones del mundo para dar testimonio en torno al Papa de su experiencia de Cristo. Personas que, como todos nosotros, cada día han de afrontar una existencia hecha de dolor y fatiga, amor y decepciones, lucha y esperanza. Pero que han experimentado en esta existencia la fuerza del encuentro con Cristo, encuentro que transforma la vida.

Como sucedió a Rose, joven ugandesa de Comunión y Liberación, que de los meses transcurridos como enfermera en un hospital de Kampala durante la guerra, nos cuenta:

“Me pidieron ocuparme de los enfermos de Sida y de los mendigos. En un primer momento me negué. Después, rezando un día el Angelus, me pregunté: ‘¿Qué significa para mí que el Verbo se hizo carne?’. Si Cristo habitó entre nosotros, lo hizo también por el moribundo y el enfermo. Entonces salí por las calles de la ciudad y me puse a recoger a enfermos, niños abandonados, prostitutas, pobres. Una vez vi a un hombre caído en tierra cubierto de moscas y porquería. La gente me decía que me alejase de él porque daba señales de locura. Yo estaba a punto de desmayarme… Lo llevé a casa, lo cuidé. Hoy trabaja con nosotros en favor de niños sin familia”.

Como nos dice Silvia, de la Comunidad de San Egidio, que ha pasado unos meses junto a Nicoletta, sieropositiva y embarazada, internada en un hospital romano:

“Le habían aconsejado abortar, pero ella no quería. Decía: ‘Este niño es lo único hermoso que me ha tocado en la vida’”. Silvia comenzó a visitarla y nació una amistad. Y aquella vida ‘desesperada’ se transformó en una existencia nueva que incluso se comunicó a los demás. Nicoletta ha quedado completamente ciega, pero su lección de amor ha dejado rastro. Ha recuperado la relación con sus padres y ha dado a luz a Francisco. “He tenido la clara sensación -confía Silvia- del paso de Cristo por los pasillos del hospital. Nicoletta ha superado la gravedad pero estoy segura de que, en la misericordia de Dios, su vida no se ha perdido”.

Como expresa la mirada de Pascal, joven minusválido acogido en las Comunidades del Arca, fundadas por Jean Venier:

“La presencia de Pascal aquí -sostiene María Elena- vale más que mil palabras. Debemos ayudar a los minusválidos a ocupar su sitio en el corazón de la Iglesia. Al banquete del Reino no son invitados los ricos sino los tullidos, cojos, ciegos... De una encuesta realizada en las parroquias de París resulta que los minusválidos representan sólo el 1% de la comunidad, mientras en la sociedad civil son el 10%. Y el 9% que falta ¿dónde está? Queremos ir a buscarlos porque la Iglesia los necesita”.

Ir a la búsqueda del que sufre como lo han hecho los de la Comunidad de Enmanuel que fueron a trabajar al campo de prófugos de Ruanda en 1996:

“Al principio -recuerdan- asistían a nuestra Misa veinte personas. Al cabo del año llegaban a tres mil. Estaba con nosotros una pareja a la que le habían matado 46 familiares en las luchas étnicas. Un día llegó al campo la madre de uno de los asesinos. Viendo al matrimonio sintió miedo. Pero ellos la tranquilizaron. La acompañaron a donde estaban sus otros hijos. La mujer, impresionada, preguntó dónde habían recibido la fuerza de perdonar. ‘Es gracias a Jesús, la oración nos da esta fuerza. ¿Queréis orar con nosotros?’.’Sí, dijeron, enseñadnos a orar’. Entonces abrieron el Evangelio y comenzaron a leer juntos estas palabras ‘Amad a vuestros enemigos. Orad por los que os persiguen’”.

El amor es la respuesta a la profunda ansia de significado que el hombre tiene. Amor que se realiza de modo pleno y sublime en el matrimonio, como subraya un sacerdote mexicano del Movimiento Encuentro matrimonial:

“Un matrimonio que se ama de verdad es un desafío para el sacerdote. A través de ellos, Cristo me dice: ‘Ama a la Iglesia como ellos se aman’. Es una caricia de Dios a mi sacerdocio”.

Y así, de la experiencia de Cristo nace la pasión por testimoniar. Aún a costa de la vida. Como en el caso del sacerdote que recorrió setecientos kilómetros por las forestas de Ruanda apretando entre las manos una pequeña maleta con el Santísimo Sacramento. Iba dando consuelo a los heridos y bendición a los muertos. Lo apresaron, apalearon, torturaron. Pero consiguió sobrevivir. Y cuando le preguntaron cómo había soportado el peso de la maleta a lo largo de tantos kilómetros, respondió:

“No era yo quien llevaba a Jesús, era Jesús quien me llevaba a mí”.

Son éstos algunos testimonios aportados durante el Congreso mundial de Movimientos eclesiales que precedió al encuentro del 30 de mayo y fue parte integrante del acontecimiento de Pentecostés 1998.

Gozo y gratitud por el don recibido, compromiso de llevar a sus miembros a la plena madurez cristiana y de robustecer el interés en la acción misionera, determinación de mantener viva la comunión eclesial transformada a partir de este 30 de mayo en “movimiento” de movimientos, su rostro común; estos son los elementos del intercambio habido entre los representantes de los mismos movimientos en la reunión convocada por el Pontificio Consejo para los Laicos el 7 de noviembre pasado para evaluar la repercusión de Pentecostés ’98 y cómo continuarlo.

Aquella espléndida manifestación puso ante los ojos del mundo la imagen de una Iglesia que es Madre y acoge y valora todos los carismas; su capacidad de abrazar la diversidad en la unidad; la vitalidad misionera de los laicos; la catolicidad de los movimientos eclesiales y de las nuevas comunidades, transparente en su testimonio vigoroso de la paternidad de Pedro.

El unánime sentimiento de estupor por este don del Espíritu, la memoria de un hecho del que no se puede volver atrás, han de traducirse ahora en estímulo para asumir la responsabilidad de las tareas que inevitablemente se derivan de todo don de Dios.

Es preciso difundir el mensaje del 30 de mayo, meditarlo para descubrir todo su significado, proseguir la reflexión teológico-pastoral y jurídica sobre la realidad de los movimientos.

Y es necesario llevar esta experiencia al nivel de las Iglesias locales, someterla a atenta consideración de los obispos y valerse de todo ello como base de preparación al Gran Jubileo.

Después de las reiteradas intervenciones con que Juan Pablo II ha sostenido y animado a los movimientos eclesiales, parece importante que los obispos tengan oportunidad de manifestar y confrontar sus experiencias, preocupaciones y expectativas sobre la participación de los movimientos en la vida de las varias Iglesias locales. Este es precisamente el objetivo del Seminario de reflexión y diálogo que está organizando el Pontificio Consejo para los Laicos en colaboración con la Congregación para la Doctrina de la Fe y la Congregación para los Obispos. A este Seminario, programado para junio de 1999, serán invitados alrededor de cien obispos de todo el mundo.

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